Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como meta que resuena, o címbalo que retiñe.
Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.
Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. (1 Corintios 13:1-3)
Una de las cosas que mas deseamos y que mas nos atraen a una inmensa mayoría de creyentes, son los dones del Espíritu.
Deseamos con todas nuestras fuerzas el poder del Espíritu, y para ello no dudamos en recorrer cientos de kilómetros al enterarnos, que se va a celebrar un evento (sea donde sea) en el cual se anuncia, que se va a “derramar fuego y poder del Espíritu”. Siendo capaces, de viajar a otros países, por el anhelo tan grande de obtener ese “poder y fuego”.
Pero muy pocos, están interesados en el fruto del Espíritu. Fruto que para obtenerlo no necesitamos viajar a ninguna parte; se obtiene teniendo una intima y estrecha relación con el Señor Jesucristo. (Juan 15:1-8)
Olvidando que tanto el fruto como los dones, provienen del mismo Espíritu Santo, y que los dones, siguen al fruto y no al contrario.
Debido a este olvido, se crea un desequilibrio espiritual, que nos cuesta y ha menudo nos impide alcanzar los tan deseados y necesarios dones. Desequilibrio provocado por nuestra impaciencia, al no tener en cuenta y no seguir convenientemente los pasos de nuestro Maestro, como a continuación vamos a intentar exponer:
En la Escritura, encontramos a Jesús soplando sobre sus discípulos para que recibieran el Espíritu Santo:
Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. (Juan 20:21-22)
Haciéndoles además la siguiente recomendación:
Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual les dijo que oísteis de mi. Porque Juan, ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. (Hechos 1:4-5)
Añadiendo: ...recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. (Hechos 1:8)
Y aunque no lo notaran (no pasó nada extraordinario), el Señor depositó en ellos la semilla, para que germinara y brotara el fruto del Espíritu, y se desarrollara en ellos; y cuando este estuviera en su plena madurez, pudieran ser llenos del poder del Espíritu Santo, tal como aconteció según nos indica la Palabra de Dios, aproximadamente 50 días después:
Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. (Hechos 2:1-4)
Ese fue el orden del Señor Jesús, primero el fruto, después los dones.
Además creo que sería bueno que tuviéramos en cuenta los siguiente:
Cuando el Señor Jesús, sopló sobre sus discípulos, lo hizo con un soplo suave, delicado; soplo que contenía el fruto:
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. (Gálatas 5:22-23)
En Pentecostés, fue totalmente diferente, sopló sobre los congregados un viento recio, (fuerte, poderoso) que contenía los dones:
Porque a este es dado por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. (1 Corintios 12:8-10)
Nueve texturas en un mismo fruto, para nueve dones de un mismo Espíritu. (1 Corintios 12:4)
Además en los versos del principio de este artículo, el apóstol Pablo, expone magistralmente y con total claridad, que los dones y el fruto del Espíritu deben ser inseparables, de lo contrario los dones de poco sirven y dejan de ser útiles y pierden la importancia que deben tener. Lo dice San Pablo, que piensa (mas bien asegura) que él también tenía el Espíritu de Dios. (1 Corintios 7:40)
Y para terminar les dejo con estas dos frases, prácticamente idénticas, que cuando las conocí me impactaron, obligándome a reflexionar y a escribir el presente artículo.Porque el fruto del Espíritu en nosotros, muestra lo que somos, y los dones lo que hacemos.
El fruto es lo que soy y el don lo que hago.
El fruto del justo es árbol de vida;
Y el que gana almas es sabio.
(Proverbios 11:30)
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.