Estos mandamientos son tan santos en la tierra, así como lo
son en el reino de los cielos, desde los primeros días de la
antigüedad y hasta nuestros días, "para bendecir nuestras
vidas, como jamás han sido bendecidas por nada ni por nadie
en todos los días de nuestras vidas". Por ello, estos
mandamientos reflejan el Espíritu y el carácter perfecto del
Árbol de la vida, nuestro gran rey Mesías, el Hijo de Dios,
para tener una luz brillante del cielo "y entonces poder ver
a nuestro Padre Celestial con nuestros ojos no sólo en
nuestros corazones sino también con nuestra alma, tal como él
es en el cielo infinitamente".
Por lo tanto, nuestro Padre Celestial le entrego a Moisés dos
lajas de las tablas de Los Diez Mandamientos sobre el Monte
del Sinaí, entre fuegos y poderes, para que sea la base no
sólo de la vida del hombre en la tierra, sino también "el
mismo Espíritu del Plan de Salvación de Dios para las almas
de la humanidad entera". Porque el alma del hombre tenia que
ser redimida de sus pecados, ofensas y rebeliones, "pero con
el Espíritu de su Ley viviente"; ya que para vivir con
nuestro Dios y recibir de su perdón y de sus muchas
bendiciones infinitas, pues entonces "tenemos que ser libres
de toda ofensa a su Ley santísima, por el mismo Espíritu de
la Ley".
Además, también porque del Espíritu de Los Diez Mandamientos,
nuestro Padre Celestial no sólo nos daría cada una de sus muy
ricas bendiciones del cielo y de la tierra, también, "sino
que nos daría el Espíritu correcto para vivir nuestras vidas
y así felizmente entrar, por fin, a nuestros nuevos cielos y
con nuevas tierras eternas del más allá". Como la nueva vida
santa y gloriosa de La Nueva Jerusalén de Dios, en donde
viviremos en el Espíritu perfecto de la gloria de Los Diez
Mandamientos, para que jamás vuelvan a ser deshonrados por
los impíos del mundo entero, "sino honrados y exaltados por
los que aman a Dios, por medio de su fruto de vida eterna", ¡
nuestro Salvador Jesucristo!