El pacto eterno sellado para siempre
Cristo no cometio pecado; de no ser así su vida en la carne humana y su muerte en la cruz no hubieran tenido más valor en lograr gracia para los pecadores que la muerte de cualquier otro hombre. Si bien tomó consigo la humanidad, era una vida tomada en unión con la Deidad.
Podía deponer su vida como sacerdote y también como víctima. Tenía poder en sí mismo para ponerla y para voverla a tomar. Se ofreció a sí mismo sin mácula delante e Dios.
La expiación de Cristo selló para siempre el pacto eterno de la gracia. Fue el cumplimiento de todas las condiciones por las cuales Dios había suspendido la libre comunicación de la gracia con la familia humana. Entonces fue derribada toda barrera que interceptaba la más generosa acción de la gracia, la misericordia, la paz y el amor para el más culpable de la raza de Adán